La muralla se extendía desde la frontera con el mar, hasta los mismísimos cielos rojos del planeta Cirrus XI. Evidentemente, todo aquello formaba un espectáculo visual aterrador, por la magnitud de las dimensiones y a la vez hermoso, por su grandeza y equilibrio. Construida miles o tal vez millones de años antes, por una inteligencia superior desaparecida por siempre de todo recuerdo, mostraba unos relieves a simple vista insignificantes, pero que tras un estudio más minucioso y observador, mostraban figuras de perfil vagamente cefalópodos, muy parecidas a diversas criaturas acuáticas del desaparecido planeta Tierra. Pero claro, en Cirrus nunca ha habido agua.
Las primeras colonizaciones humanas del planeta, fueron dirigidas con la especial atención de estudiar la muralla. Debido a la ausencia del líquido vital, se construyeron varios generadores de agua pura y se crearon varios pantanos, donde tras el paso acelerado artificialmente del tiempo, el agua mezclada con los minerales de la superficie, produjeron miles de hectolitros de agua potable.
Durante miles de años después, y tras la desaparición de la raza humana con un último descendiente desaparecido lejos, muy lejos del sistema solar, la vida del muro continuó su apacible rotación por los siglos de los tiempos. Miles, o tal vez de millones de años después cumplió su principal objetivo. En el momento que la colisión del asteroide, un asteroide cuyas partículas fueron miles de años atrás parte del hermoso planeta terrestre.
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